Verdades incómodas

Entre los políticos y los ciudadanos existe un pacto de falsedad. ¿Por qué no se aprueban las 40 horas? Según, para evitar desestabilizar la economía. ¿Por qué se recorrió la ley contra el nepotismo hasta el 2030? Según, para armonizar el marco legal. Falso. Son concesiones legales desprendidas de acuerdos políticos. Es una verdad a voces. Sin embargo, cuando alguien como Noroña discute abiertamente estos «tejes y manejes», se le desprecia. ¿Por qué? Porque la obscenidad es intolerable.

López Obrador rompió este esquema. Contra la hipocresía y el cinismo, optó por algo distinto: hacer cómplice a sus bases. No ocultó las «decisiones incómodas»; las compartió, haciéndolas parte de una estrategia colectiva. Su base no solo entendía los acuerdos necesarios —con Trump, con la oposición, con los poderes fácticos— sino que se sentía parte de ellos. Más que estilo, era socializar el pragmatismo.

Consideremos su relación con Trump. Ante la disyuntiva de desafiarlo (exponiendo al país) o atenderlo (humillándose), su estrategia fue desestimar el peligro. En la realidad, ocurrieron cosas. Se desafió a Estados Unidos y se cedió ante él de un momento a otro. Nadie cuestionó las decisiones, porque el poder de Obrador emanaba de una confianza militante de sus simpatizantes. Una complicidad de la ironía. Sin embargo, hubo momentos donde pecó de sincero. Todavía se le recrimina la frase “no me vengan con que la ley es la ley”, a pesar de que denunciaba la existencia de jueces mercenarios. Nunca se puede ser demasiado sincero en política, porque al momento de reconocer los problemas se reconoce que el sistema se sustenta en fantasías.

Esta paradoja ya la señala Žižek con el dinero. Aunque sepamos que un billete no tiene valor intrínseco, actuamos como si lo tuviera. Las instituciones, de la misma forma, funcionan porque creemos en ellas, aunque sepamos que son construcciones sociales. López Obrador añadió un elemento crucial en esta operación: hacer a los ciudadanos cómplices conscientes de esta ficción. Mostró la realidad a través de un velo suficientemente transparente para revelar la desnudez del poder, pero suficientemente opaco para mantener la ilusión del gobierno.

También puedes leer: Sin oposición, ¿se puede construir la democracia?

El dilema actual de MORENA es precisamente este: sin López Obrador, el partido pierde esta capacidad de implicar a la gente. Los triunfos electorales «a toda costa» del expresidente apelaban a un pacto tácito con sus bases: «ustedes saben por qué hacemos esto». La maquinaria post-obradorista, en cambio, regresa al cinismo tradicional: decisiones incómodas tomadas en la opacidad, sin la participación simbólica de la ciudadanía.

Para mantener la mística obradorista, MORENA debe entender que el secreto no estaba en ocultar las verdades incómodas, sino en compartirlas estratégicamente. La diferencia entre el pragmatismo legítimo y el oportunismo vulgar radica en hacer sentir a la ciudadanía que es parte de las decisiones difíciles, no víctima de ellas.

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